TEMA 3. LA ALIANZA MATRIMONIAL



Para asegurar la perpetuidad de la especie humana sobre la tierra, quiso Dios en su Providencia Divina, dotar al hombre principalmente de dos instintos: el de supervivencia y el de reproducción. El instinto de supervivencia o de conservación, lleva al hombre a cuidar, defender y conservar su vida.
El instinto de reproducción o sexual, conserva la especie humana; quiso Dios añadir, tanto a los actos de la nutrición, como a los que son necesarios para la reproducción, ciertos placeres o inclinaciones por lo que el deseo del hombre por la mujer y de ésta por el hombre, los lleva a unirse.

a) El Matrimonio en el orden de la Creación (AT)
La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer según salieron de la mano del Creador; así pues, el matrimonio no es una institución puramente humana, y a pesar de las numerosas variaciones que haya podido sufrir a lo largo de los siglos, en las diferentes civilizaciones, estructuras sociales y actitudes espirituales, existe en todas las culturas un cierto sentido de grandeza en la unión matrimonial.
La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", es decir su otra mitad, su igual, la creatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un "auxilio".
"Por eso deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, de manera que ya no son dos, sino una sola carne" (Gén 2, 18-25). Eso significa una unión indefectible de sus dos vidas; el Señor mismo lo muestra recordando cual fue "en el principio" el plan del Creador.
La Ley de la Iglesia resume en un magnífico párrafo la grandeza y sublimidad del plan de Dios respecto al Matrimonio; en el número 1055 del Código de Derecho Canónico se dice: "Esta alianza matrimonial por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de Sacramento entre bautizados".
b) El pecado origen de la ruptura entre Dios y el Hombre
Todo hombre, tanto en su entorno, como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo la unión del hombre y la mujer, vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas y los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.
En el Génesis vemos cómo el pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia el primer rompimiento de la comunión original entre el hombre y la mujer; sus relaciones quedan distorsionadas por reproches recíprocos (Gn 3, 12); su atractivo mutuo, don propio del Creador (Gn 2, 22), se cambia en relaciones de dominio y concupiscencia (Gn 3,16), la hermosa vocación de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra, queda sometida a los dolores del parto y a los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3,16-19).
En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador a las penas que son consecuencia del pecado (los dolores del parto y el trabajo con el sudor de la frente) pues constituyen al mismo tiempo, remedios que limitan los daños del pecado, porque ayudan al matrimonio a vencer el egoísmo, la búsqueda del propio placer y obligan a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí.

c) El matrimonio recreado en Cristo (NT)
En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer milagro -a petición de su Madre, con ocasión de un banquete de bodas (Jn 2, 1-11). La Iglesia concede gran importancia a la presencia de Jesús en las Bodas de Caná. Ve en ella, la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original del Creador acerca de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: La autorización, dada a Moisés, de repudiar a la mujer, era una concesión a la dureza del corazón (Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble:
"Lo Que Dios unió, Que no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Esta insistencia inequívoca de la indisolubilidad del vínculo matrimonial, puede causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable (Mt 19,10). Sin embargo Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada, pues eleva esta unión legítima del hombre y la mujer a categoría de SACRAMENTO que les da la Gracia necesaria para tener y educar a los hijos cristianamente y para amarse santamente el uno al otro y cumplir sus mutuos deberes.
El matrimonio cristiano no es así ya puramente una cosa buena sino una cosa santa; no es el desahogo de una pasión ni un medio de prolificar y aumentar a los seres humanos, ni una cuestión económica y administrativa, sino que es algo más augusto y elevado que todo eso, o mejor dicho, es todo eso, pero santificado y elevado a Sacramento, símbolo de la Unión de Cristo con su Iglesia.

Así pues, el Matrimonio católico es un verdadero Sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo como claramente aparece en numerosas citas de los Evangelios.

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