LA REALIDAD HUMANA DEL
MATRIMONIO
TEMA 2: LA REALIDAD HUMANA DEL MATRIMONIO
Finalidad: Que las parejas
valoren las diferentes dimensiones de la realidad humana del matrimonio para
que después puedan descubrir la originalidad y valor del matrimonio cristiano.
Pensemos…
antes de hablar de la originalidad del matrimonio cristiano, hemos de valorar
debidamente toda la riqueza y la hondura del matrimonio como realidad humana,
independientemente de que sea vivido en el marco de una religión determinada o
en el contexto de la sociedad civil. Quien no sepa valorar debidamente la
riqueza natural del matrimonio en sus diferentes dimensiones no sabrá luego
valorar ni vivir el matrimonio desde la originalidad cristiana.
a)
Convivencia sexual
El
matrimonio es convivencia sexual. Varón y mujer, sexualmente diferentes y
complementarios, pueden vivir juntos plenamente el misterio gozoso de la
sexualidad humana. La convivencia sexual abarca diversos aspectos. El varón y
la mujer se pueden expresar a través de su corporalidad, a través de sus gestos
y de todo el lenguaje de su sexualidad.
De
esta manera, el hombre y la mujer salen de su interioridad y se desvelan, se
revelan, se manifiestan. Naturalmente esta expresión a través de la sexualidad
(besos, abrazos, caricias, acogida, abrazo conyugal...) es plenamente humana
cuando es sincera y cuando encuentra en el otro una respuesta y una confianza
real. Pero el varón y la mujer no sólo se expresan, sino que se comunican y se
encuentran sexualmente en el matrimonio.
El
hombre y la mujer están llamados al encuentro y la comunicación sexual. No se
trata de un encuentro puramente biológico, fisiológico. El encuentro sexual es
humano cuando a través de los cuerpos se abrazan las personas, es decir, se
hacen presentes y se comunican como personas.
Esto,
naturalmente, pide que el encuentro sexual no sea ambiguo, no sea una máscara
que oculte a la persona, sino que sea la comunicación de lo mejor que hay en
cada uno de ellos. Pero, además, el varón y la mujer se complementan y
enriquecen mutuamente en el encuentro sexual.
El
ser humano es bisexual, diferenciado, masculino y femenino. El varón y la mujer
se sienten mutuamente atraídos y llamados a la complementación. Disfrutan y se
enriquecen cuando saben acogerse mutuamente. Se ayudan recíprocamente a crecer,
fundiendo sus vidas, compartiendo la existencia desde el encuentro sexual.
b)
Comunidad de amor
Esa
convivencia sexual en toda su riqueza es plenamente humana cuando expresa y
encarna un amor real entre el varón y la mujer. Cuando el matrimonio es amor
responsable al otro, cuidado amoroso, búsqueda del bien del otro, entrega
desinteresada y generosa al otro. Ahora bien, el amor conyugal por su propia
dinámica pide fidelidad. El amor va más lejos que aquel instante en que está
siendo vivido.
El
amor mira también al futuro. No se le puede poner un término sin destruirlo. No
se puede amar de verdad a una persona poniendo un límite temporal, una fecha.
Por eso, el amor conyugal exige la promesa de vivirlo para siempre, la promesa
de ser fiel a la persona amada. Es muy importante reconocer el valor humano de
la fidelidad, al margen de las creencias o de la fe de la pareja. El clima
socio-cultural de nuestros tiempos favorece la inconstancia, la infidelidad, la
superficialidad de los contactos sexuales y la trivialización de las relaciones
interpersonales, pero todos hemos de reconocer que la fidelidad a la persona
amada es un valor exigido por la misma naturaleza del amor verdadero.
c)
Realidad social
El
amor conyugal y la convivencia sexual piden ser aceptados y reconocidos
socialmente. No podemos olvidar que el varón y la mujer que comparten una vida
conyugal no son individuos aislados sino miembros de una sociedad concreta. Una
concepción romántica del amor como algo que ha de ser vivido exclusivamente en
la intimidad o en el ámbito privado no es plenamente humana, porque olvida la
dimensión social de la pareja.
Un
amor secreto, oculto a la sociedad, o no reconocido socialmente difícilmente
conducirá a las personas que lo viven a su realización y expansión plenas.
Por
eso, una convivencia sexual estable está pidiendo un reconocimiento por parte
de la sociedad, una integración en el marco social. Es muy importante valorar
esta dimensión social del matrimonio independientemente de que sea un
matrimonio civil o religioso. Si el vínculo amoroso queda reducido al ámbito de
la conducta privada, todavía le falta algo para ser vivido de manera plenamente
humana y social.
4.
Comunidad abierta a la fecundidad
El
encuentro sexual de una pareja estable está llamado a ser fuente de una nueva
vida humana. El encuentro sexual es un encuentro amoroso, pero, por su misma
estructura, es un encuentro íntimamente orientado a dar nacimiento a una vida
nueva. El acto conyugal expresa y realiza la donación más íntima y absoluta que
pueda darse entre un hombre y una mujer, pero, por su misma dinámica, está
abierto a un tercero posible: el hijo.
En
el acto conyugal, el varón no solamente se entrega a sí mismo a la mujer que
ama, sino que también le entrega su capacidad de engendrar, su capacidad de ser
padre: «Quiero que seas mi mujer y tener un hijo de ti». La mujer no solamente
se entrega de manera total e incondicional al varón, sino que también entrega
su capacidad de engendrar, ofrece su seno fecundo: «Quiero ser tuya y tener un
hijo de ti».
Es
importante valorar la dimensión de la fecundidad, independientemente de las creencias
y la moral de cada uno. El ser humano está llamado a ser fecundo. Los esposos
están llamados a ser «una sola carne», pero no han de olvidar que normalmente
esta carne puede convertirse en «cuna» de un hijo que viene a sellar y a
encarnar de manera natural el amor matrimonial de los padres. Resumiendo, al
acoger a las parejas que se preparan al matrimonio, es importante que antes de
hablar del matrimonio cristiano, sepáis valorar en toda su hondura y riqueza el
matrimonio como realidad humana, en sus diversas dimensiones: como convivencia
sexual, comunidad de amor, realidad social, comunidad abierta a la fecundidad.
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