Aceptas a... como...
8 cosas que debes tomar en cuenta…
Tema 1: ¿VALE LA PENA CASARSE?8 cosas que debes tomar en cuenta…
Finalidad:
Qué las parejas puedan descubrir la riqueza del Matrimonio y descubra en él un
lugar de amor, crecimiento, maduración y felicidad.
Bastantes
jóvenes aseguran hoy que no ven razón alguna para contraer matrimonio. Se
quieren, y en ello encuentran una justificación sobrada para vivir juntos.
Estimo que están equivocados, pero los comprendo perfectamente.
Y es que las leyes y los usos sociales han arrebatado al matrimonio todo su sentido:
Y es que las leyes y los usos sociales han arrebatado al matrimonio todo su sentido:
·
la admisión del divorcio
elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo;
·
la aceptación social de
«devaneos» extramatrimoniales suprime la exigencia de fidelidad; y
·
la
difusión de contraceptivos desprovee de relevancia y valor a los hijos.
¿Qué
queda, entonces, de la grandeza de la unión conyugal?, ¿qué de la arriesgada
aventura que siempre ha sido?, ¿con qué objeto «pasar por la iglesia o por el
juzgado»? Vistas así las cosas, a quienes sostienen la absoluta primacía del
amor habría que comenzar por darles la razón… para después hacerles ver algo de
capital importancia: que es imposible quererse bien, a fondo, sin estar
casados.
a) Hacerse capaz de amar
Aunque
pueda suscitar cierto estupor, lo que acabo de sostener no es nada extraño. En
todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no
en el del amor, que es a la par la más gratificante y difícil de nuestras
actividades? Jacinto Benavente afirmaba que “el amor tiene que ir a la escuela”.
Y es cierto. Para poder querer de veras hay que ejercitarse, igual que, por
ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta. Pues bien, la
boda capacita para amar de una manera real y efectiva. Nuestra cultura no acaba
de entender el matrimonio: lo contempla como una ceremonia, un contrato, un
compromiso… Algo que, sin ser falso, resulta demasiado pobre.
En
su esencia más íntima, la boda constituye una expresión exquisita de libertad y
amor. El sí es un acto profundísimo, inigualable, por el que dos personas se
entregan plenamente y deciden amarse de por vida. Es amor de amores: amor
sublime que me permite «amar bien», como decían nuestros clásicos: fortalece mi
voluntad y la habilita para querer a otro nivel; sitúa el amor recíproco en una
esfera más alta. Por eso, si no me caso, si excluyo ese acto de donación total,
estaré imposibilitado para querer de veras a mi cónyuge: como quien no se
entrena o no aprende un idioma resulta incapaz de hablarlo.
b) Casarse o «convivir»
No
se trata de teorías. Cuanto se acaba de exponer tiene claras manifestaciones en
el ámbito psicológico. El ser humano sólo es feliz cuando se empeña en algo
grande, que efectivamente compense el esfuerzo. Y lo más impresionante que un
varón o una mujer pueden hacer es amar. Vale la pena dedicar toda la vida a
amar cada vez mejor y más intensamente. En realidad, es lo único que merece
nuestra dedicación: todo lo demás, todo, debería ser tan sólo un medio para conseguirlo.
Pues
bien, cuando me caso establezco las condiciones para consagrarme sin reservas a
la tarea de amar. Por el contrario, si simplemente vivimos juntos, y aunque no
sea consciente de ello, todo el esfuerzo tendré que dirigirlo, a «defender las posiciones»
alcanzadas, a no «perder lo ganado».
Todo,
entonces, se torna inseguro: la relación puede romperse en cualquier momento.
No tengo certeza de que el otro se va a esforzar seriamente en quererme y
superar los roces y conflictos del trato cotidiano: ¿por qué habría de hacerlo
yo? No puedo bajar la guardia, mostrarme de verdad como soy… no sea que mi
pareja advierta defectos «insufribles» y decida no seguir adelante. Ante las
dificultades que por fuerza han de surgir, la tentación de abandonar la empresa
se presenta muy cercana, puesto que nada impide esa deserción…
En
resumen, la simple convivencia sin entrega definitiva crea un clima en el que
la finalidad fundamental y entusiasmante del matrimonio —hacer crecer y madurar
el amor y, con él, la felicidad— se ve muy comprometida.
c) ¿Amor o «papeles»?
Todo
lo cual parece avalar la afirmación de que «lo importante» es quererse. Me
parece correcto. El amor es efectivamente lo importante. No hay que tener miedo
a esta idea. Pero ya se ha explicado que no puede haber amor cabal sin donación
mutua y exclusiva, sin casarse. Los papeles, el reconocimiento social, no son
de ningún modo lo importante… pero, en cuanto confirmación externa de la mutua
entrega, resultan imprescindibles.
d) ¿Por qué?
Desde
el punto de vista social, porque mi matrimonio tiene repercusiones civiles
claras: la familia es -¡debería ser!- la clave del ordenamiento jurídico y el
fundamento de la salud de una sociedad: es indispensable, por tanto, que se
sepa que otra persona y yo hemos decidido cambiar de estado y constituir una
familia.
Si
eso va a cambiar radicalmente mi vida para mejor, si me va a permitir algo que
es una auténtica y maravillosa aventura… me gustará que quede constancia: igual
que anuncio con bombo y platillo las restantes buenas noticias. Igual, no.
Mucho más, porque no hay nada comparable a casarse: me pone en una situación
inigualable para crecer interiormente, para ser mejor persona y alcanzar así la
felicidad. ¿Cómo no pregonar, entonces, mi alegría?
e) ¿Anticipar el futuro?
Es
verdad que, a la vista de lo expuesto, bastantes se preguntan: ¿cómo puedo yo
comprometerme a algo para toda la vida, si no sé lo que ésta me deparará?,
¿cómo puedo estar seguro de que elijo bien a mi pareja?
A
todos ellos hay que decirles, antes que nada, que para eso está el noviazgo: un
período imprescindible, que ofrece la oportunidad de conocerse mutuamente y
empezar a entrever cómo se desarrollará la vida en común.
Después,
si soy como debo ya sé bastante de lo que pasará cuando me case: sé, en
concreto, que voy a poner toda la carne en el asador para querer a la otra
persona y procurar que sea muy feliz. Y si ese propósito es serio, será
compartido por el futuro cónyuge: el amor llama al amor. Podemos, por tanto, tener
la certeza de que vamos a intentarlo por todos los medios. Y entonces es muy
difícil que el matrimonio fracase.
f) Observar y reflexionar
Ciertamente,
esa decisión radical de entrega no basta para dar un paso de tanta
trascendencia. Hay que considerar también algunos rasgos del futuro cónyuge.
Por
ejemplo, si «me veo» viviendo durante el resto de mis días con aquella persona;
también, y antes, cómo actúa en su trabajo, trata a su familia, a sus amigos;
si sabe controlar sus impulsos sexuales (porque, de lo contrario, nadie me
asegura que será capaz de hacerlo cuando estemos casados y se encapriche con
otro u otra); si me gustaría que mis hijos se parecieran a él o a ella… porque
de hecho, lo quiera o no, se van a parecer; si sabe estar más pendiente de mi
bien (y del suyo) que de sus antojos…
En
definitiva, atender más a lo que es; después, a lo que efectivamente hace, a
cómo se comporta; y en tercer lugar, a lo que dice o promete, que sólo tendrá
valor cuando concuerde con su conducta.
g) Relaciones anti-matrimoniales
Y
aquí suele plantearse una de las cuestiones más decisivas y sobre las que
impera una mayor confusión. La necesidad de conocerse, de saber si uno y otra
congenian, ¿no aconseja vivir un tiempo juntos, con todo lo que esto implica?
Se
trata de un asunto muy estudiado y sobre el que cada vez se va arrojando una
luz más clara. Un buen resumen del status
quaestionis sería el que sigue: está estadísticamente comprobado que la
convivencia a que acabo de aludir nunca -nunca!- produce efectos beneficiosos.
Por ejemplo:
·
los
divorcios son mucho más frecuentes entre quienes han convivido antes de
contraer matrimonio
·
las
actitudes de los jóvenes que empiezan a tener trato íntimo empeoran
notablemente y a ojos vista… desde ese mismo momento: se tornan más posesivos,
más celosos y controladores, más desconfiados e irritables…
La
causa, aunque profunda, no es difícil de intuir. El cuerpo humano es, en el
sentido más hondo de la palabra, personal; y quizá muy especialmente sus
dimensiones sexuales.
En
consecuencia, la sexualidad sólo sabe hablar un idioma: el de la entrega plena
y definitiva. Mas en las circunstancias que estamos considerando esa total
disponibilidad resulta contradicha por el corazón y la cabeza, que, con mayor o
menor conciencia, la rechazan, al evitar un compromiso de por vida. Surge así
un ruptura interior en cada uno de los novios, que se manifiesta psíquicamente
por un obsesivo y angustioso afán de seguridad, cortejado de recelos, temores,
suspicacias… que acaban por envenenar la vida en común. De ahí que a este tipo
de relaciones, en contra del uso habitual, prefiera llamarlas
«anti-matrimoniales».
h) Para conocerse de veras
Por
otro lado, resulta ingenua la pretensión de decidir la viabilidad de un
matrimonio por la «capacidad sexual» de sus componentes: ¡como si toda una vida
en común dependiera o pudiera sustentarse en unos actos que, en condiciones
normales, suman unos pocos minutos a la semana!
Pero
es que la mejor manera de conocer a nuestro futuro cónyuge en ese ámbito consiste,
como antes sugería, en observarlo en los demás aspectos de su vida, y tal vez
principalmente en los no se relacionan directamente con nosotros: reflexionar
sobre el modo cómo se comporta en su familia, en el trabajo o estudio, con sus
amigos o conocidos.
Si
en esas circunstancias es generoso, afable, paciente, servicial, tierno,
desprendido…, puede asegurarse, sin temor al engaño, que a la larga esa será su
actitud en las relaciones íntimas. Mientras que la «comprobación directa», e
incluso la forma de tratarnos, por responder a una situación claramente
«excepcional» -el noviazgo- no sólo no proporciona datos fiables sobre su vida
futura, sino que en muchos casos más bien los enmascara.
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