PENTECOSTÉS
1-. Misterio pascual y Pentecostés
Encontramos dos tradiciones a cerca de la promesa y don del
Espíritu Santo: en Juan (14,6; 19,7; 20,22) y en Lucas (24,49). Las dos señalan
que el don del Espíritu Santo es fruto de la Pascua, fruto de la muerte y resurrección
de Jesucristo. Pascua y Pentecostés conforman un solo y único misterio de la
glorificación de Cristo en la manifestación del Espíritu Santo. Entonces
pentecostés tiene contenido del misterio pascual, en cuanto revela y comunica
al Hijo en el Espíritu.
Pentecostés
a los 50 días significa la plenitud de los tiempos, el único gran domingo. (7 x
7 +1 = 50).
2.- Significado pneumatológico
del acontecimiento Cristo
Desde que el Verbo se encarnó (Mt 1,18-20; 3,11; 12,28; Mc
1,9-12; Lc 1, 35) hasta Pentecostés, Jesús es presenta movido por el Espíritu
Santo y, en estrecha relación con Jesús en cuanto que es el Espíritu el que sé:
dará, será enviado por Cristo, enseñará, dará, glorificará, revelará y será
enviado por Cristo.
Ambos son
dados por el Padre, ambos son la Verdad (Jn, 1,17; 16,13), entonces ¿En qué
consiste la diferencia? Jesús mismo nos responde: “Cuando Venga el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena,
porque no hablará de lo suyo, sino que dirá lo que ha oído y os anunciará el
futuro. Él me glorificará, porque timará de lo mío y os lo anunciará” (Jn
16,13-14).
La
redención es una obra única en dos tiempos: el primero es cristológico y
segundo pneumatológico. El primero hace referencia al único y pleno sacrificio redentor
y el segundo consiste en la aplicación a nosotros de la vitalidad de este
sacrificio, porque la obra del Espíritu es realizar, actualizar en nosotros lo
que Cristo ha hecho e instituido por nosotros.
La Iglesia
recibe del Espíritu el soplo vital de su expansión universal, del mismo modo la
adopción como hijos de Dios, obtenida por el único sacrificio de su Hijo, y en
el Hijo la Iglesia se hace viva y operante por su Espíritu. (Gal 4,4-6). La
Escritura obra del Espíritu Santo al igual que la Iglesia, se le otorga el
deber de anunciar la palabra de Jesús por medio del Espíritu.
3.- Pentecostés como reconocimiento supremo de
la divinidad de Cristo.
Pentecostés
constituye el culmen de la afirmación de la divinidad de Jesús y el comienzo de
la plena fe en él. Este es el último misterio del ciclo cristológico, “yo os enviaré la promesa de mi Padre” (Lc
24,49).
El Espíritu
enviado a los apóstoles los hace capaces de confesar con certeza que Jesús es
el Señor y Cristo, convierte a los apóstoles en testigos de la divinidad de
Jesús, hace comprender auténticamente el misterio de Cristo.
El último
misterio cristológico es la consumación de la Pascua en el Espíritu del Padre y
del Hijo. Es el comienzo del universalismo de la salvación, como obra de Cristo
resucitado. El descenso del Espíritu es el don de la vida y de la verdad de
Cristo glorioso a todos los pueblos.

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